Honor y dignidad etnonacionalista
Comprender al más grande de los caudillos indígenas del s. XVIII y de todo el continente americano, implica conocer las causas de su insurrección. El corrupto corregidor chapetón, timador de su propia Corona, era el ladrón que duplicaba, vía la SUNAT de entonces, el impuesto o “tributo racial” al indígena para encubrir sus “déficit”. La otra etnia “de color” no blanco, no tributaba, sino que nacía esclava. Los únicos “ciudadanos” eran los de tez blanca; tanto los nacidos en Europa como los nacidos aquí (españoles-americanos). El lío entre estos 2 últimos, se solucionaría en el Campo de Ayacucho del 9 DIC1824. El otro “gran y principal lío”, aún no lo solucionamos. Estamos en vías de hacerlo, nosotros los nacionalistas. En ese entonces, las leyes de Indias que supuestamente protegían al peruano nativo, aunque catalogándolo como humanoide “sujeto a tutela”, eran letra muerta. Parte de la estratagema occidentalizadora (o globaliza-dora) era el sistema de mitas o matanza minera. Así lo establecía la Ley. La población masculina cobriza, debía en “pro de la modernidad” de entonces, “levarse” como mitayos en las minas de Huancavelica y Potosí, de donde regresaban sólo para morir con los pulmones destrozados o, simplemente desfallecían en los socavones, cuyas vetas actualmenteexplotan las grandes multinacionales.Contra estos abusos estalló en el Valle del Vilcanota, en el Cacicazgo de Tinta, la rebelión de Túpac Amaru II, un 4 NOV 1780. Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II), era tataranieto de Túpac Amaru I, quien fue el último Inka de Vilcabamba (a su vez, hijo de Manco Inka). Evidentemente mantenía en su mentalidad el honor etnocultural, heredado desde los hermanos Ayar y Manco Cápac. Para ese entonces (1780), Condorcanqui era un próspero empresario de transporte intervirreynal (Buenos Aires-Chuquisaca-Cusco-Lima), que administraba 80 recuas de mulas de carga, equivalentes a los actuales Cruz del Sur, Ormeño, etc. Era pues, un personaje acomodado y cultivado, inspirado en las crónicas incaicas, particularmente en las de Garcilazo. Esta insurrección comprobó nuevamente, ya en las postrimerías del Virreinato, que la causa etnonacionalista seguía vigente en el Ande, pese a haber sido exterminada por las guerras, las enfermedades y la desnutrición, casi el 90% de la población incaica, en un holocausto muchísimo más asolador que el tan publicitado caso judío.Las bajas patriotas fueron calculadas en aproximadamente 200,000 indios (hombres, mujeres y niños). Las bajas coloniales, en 40,000, de los cuales 1,100 fueron europeos “propiamente dichos”, 5,200 fueron “europeos americanos” (criollos) y el resto afros (“tropas pardas”) e indios aliados, como los curacas Pumacahua y Choquewanca.Al respecto, ambos curacas –arrepentidos años después (o sea “tupaca-marizados”)- se sublevarían el primero, y el 2do. sería el principal poeta de la Emancipación Criolla y autor del Poema a Bolívar “Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el Sol declina”. Desde el martirologio tupacamarista, han transcurrido 225. Y la etnia incaica, cimiento de nuestra nacionalidad chola, sigue disputando su futuro propio, sin calco y sin copia... Vive y se potencia en cada uno de nosotros día a día por la redención de Túpac Amaru II, de su esposa Micaela Bastidas, de sus hijos, de los hermanos Katari, de la cacica de Acos, Tomasa Tito Condemayta y el de sus 200,000 acompañantes a quienes les debemos nuestra existencia y con los cuales tenemos un compromiso para refundar el Perú